lunes, 24 de diciembre de 2018

Al Urbión a poner el Belén

22 de diciembre de 2018

La hermosa tierra de España
adusta, fina y guerrera
Castilla, de largos ríos,
tiene un puñado de sierras
entre Soria y Burgos como
reductos de fortaleza,
como yelmos crestonados,
y Urbión es una cimera.
(La tierra de Alvargonzález).

Un año más nuestro capitán nos convoca para subir al Urbión, para acudir a las tierras de Alvargonzález, para recordar a Machado, y para pasear por las montañas Distercias de nuestros antepasados celtas, de arévacos y pelendones. Se trata de mantener los usos y costumbres que animan a la sociedad soriana a subir al Urbión, el de las dos aguas buenas, antes de Nochebuena, para colocar el Belén, o simplemente dar origen al periodo navideño de esta particular manera: reverenciando, venerando y honrando a la madre Naturaleza y al padre Duero.

Avisa que en esta ocasión se necesitarán piolet y crampones, y nuestro secretario comienza su desventurada jornada al no encontrar los suyos, que dejó prestados a algún desaprensivo. Aunque le tranquilizamos llevándole un juego de repuesto, llega ajetreado, nervioso y excitado a la cita mañanera, quizá ayudado por un cafelito tardío.

Más tranquilo está el chofer que nos tiene que llevar al pie de la Laguna Negra, pues cuando le llamamos tratando de averiguar la causa de su retraso responde que pensaba que tenía que subirnos a las 7… pero de la tarde!. En fin, anécdotas sanbures para entretener la mañana. Finalmente aparece y subimos todos: Ángel, Miguel Ángel, José Luis, Agustín, Miguel con sus hijas Paula y Cecilia, Vidal, Ana y Carmen, el ínclito secretario y el que suscribe. Y en El Burgo recogemos a Blas. Un total de 13, pero como no somos supersticiosos comenzamos nuestra marcha.

Y nos vamos hacia la Laguna Negra, la más conocida de los circos glaciares del parque natural. Esta vez, a diferencia del año pasado en el que la helada carretera provocó algún que otro contratiempo de consideración, impidiendo iniciar la ascensión a quien esto escribe; esta vez, decía, subimos sin dificultad, aunque en cuanto ponemos el pie en tierra firme vemos el peligro de una capa fina de hielo que amenaza nuestra verticalidad.

En nada estamos en la Laguna Negra y el espectáculo, ayudado por una mañana de luz y temperatura envidiable, es grandioso. No nos cansaremos nunca de extasiarnos en la contemplación de Laguna Negra, con su muro de piedra y su natural y serenísima belleza. Y frente a la famosa leyenda de Alvargonzalez siempre preferiremos la que nos contaba Gervasio Manrique de la sirena que habita sus aguas, y que esperamos que algún día se nos aparezca para saludarla:

Hace centenares de años hubo una zagala del caserío de Santa Inés que deslumbraba por su candor a los pastores de estas montañas. Era cariñosa y gentil con cuantos la trataban… Pero todos envidiaban la prosperidad de su rebaño. Se atribuía al poder mágico de sus canciones.
Entonces estas sierras estaban pobladas de robles que ahora vemos tupidos de pinos. Al abrigo de los mismos, cantaba y cantaba mientras sus ovejas pacían amorosas las hierbas finas de las praderas hoy arboladas. En la solana de esta sierra, próximo a Santa Inés, en otro caserío llamado Valchivi, había un zagal que cuidaba de su ganado. Y lo mismo que la pastorcilla de ojos verdes, cantaba y cantaba compitiendo con ella en sus canciones. Pero los cantares de aquel joven, como varón, eran más briosos, más recios, más bravíos, más dominadores. Ella con los encantos de su dulzura y él con la varonía de su voz, se pasaban los días en desafío permanente mientras sus ganados pastaban hechizados con sus romanzas.
Y llegó el día que al destetar los corderos, éstos, atraídos por las potentes canciones del zagal, se pasaron del rebaño de la linda pastorcilla al de su rival.
La candorosa zagala se apesadumbró inconsolable con la pérdida de sus corderos. Y aún más por haber sido vencida por su contrincante.
A tal extremo llegó su desesperación, que un día, acongojada a la orilla de esta laguna, suplicó al dios Pan la convirtiera en sirena. Sus súplicas fueron oídas. Entonces, se sumergió en el abismo de este remanso. El color de sus ojos verdes lo tiñó con presura.
Y lo más curioso es que las noches claras de luna, aflora a la superficie y canta inconsolable el recuerdo de sus corderos huidos.

Como ya hiciésemos con el Urbión hace tres años, habría que acudir a Laguna Negra a la luz de la luna llena para saludar a nuestra sirena.

Tras despedirnos, comenzamos la ascensión al collado de la Majada Rubia. Vamos con precaución por si hay que ponerse o no los crampones. De momento avanzamos sin ellos.

Tras breve parada en el mirador, al coronar, el grupo, que esta vez era pequeño y manejable, se dispersa por sorpresa. El secretario, quien sabe si por el efecto del café, se va tras un trío de montañeros que nos adelantan, llevándose con él a Agustín, José Luis y Miguel Ángel; contraviniendo así las más elementales normas sanbures de convivencia montañera.

Mientras tanto el Capitán, bramando por la situación provocada por “los catedráticos” -en expresión suya- avanza con el resto de la tropa, no sin meternos en un canchal de importancia, del que salimos con coraje y determinación a pesar de llevar hoy a un discípulo recién operado, que provoca los reproches de Ana a nuestro guía.

Al cabo de un rato por fin reagrupamos la mesnada, y, como era de esperar, nuestro capitán trata de poner un poco de orden en este indisciplinado ejército. De poco le vale, pues al pronto, al atacar el tramo más comprometido de la jornada, de nuevo la liebre del día se nos va al rebufo de unos predecesores, y avanza hasta atravesar el paso. Mientras, Ángel, con paciencia numantina, va abriendo huella en la peligrosa ladera para que podamos pasar el resto de la expedición.

Nueva reagrupación, y ahora, Paula, que al decir de su padre tiene no sólo los genes sino también el genio de los de Villálvaro decide que hay que ponerse los crampones. Y hay que reconocerle lo acertado de su decisión, pues con los crampones se avanza con mayor seguridad.

Esto del carácter indómito de Paula me ha recordado aquella política provincial, de nombre Mª Jesús, de la que se afirmaba que precisamente por esa razón no podía llevar minifalda … pues se le verían los almendrucos… como al cura de Fuentecambrón:

Al cura de Fuentecambrón
se le ha roto la sotana,
se le ven los almendrucos
y el badajo de la campana.
2018-12-22_SanBur_BelenViviente_31

Pero bueno, por fin, conseguimos todos juntos y en armonía, y tras un pequeño almuerzo, alcanzar la base del Urbión, donde habitualmente “ponemos” el Belén, al pie de la cruz.

Coronamos, hollamos la cima del Urbión en un día irrepetible, extraordinario, sensacional, insólito y singular. Tanto es así, que por primera vez en más de 30 años, montamos el Belén en el pico en vez de en la base del Urbión. Es muy probable también que sea el año que más ha durado la representación escénica del Belén, pues ayudados por la climatología, el poco personal que nos encontramos arriba quiso unirse a nuestro jolgorio y compartir, fotos, chanzas y algún que otro trago de vino.

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Las vistas desde allí arriba del Moncayo, del mar de nubes que aparecen a nuestros pies, la perspectiva de nuestras Distercias, unido a la escasa afluencia de gente en la cumbre de esta ocasión…

Es la cumbre, por fin, la última cumbre.
Y mis ojos en torno hacen la ronda
y cantan el perfil, a la redonda,
de media España y su fanal de lumbre.
Leve es la tierra. Toda pesadumbre
se desvanece en cenital rotonda.
Y al beso y tacto de infinita onda
duermen tierras y valles su costumbre.
Geología yacente, sin más huellas
que una nostalgia trémula de aquellas
palmas de Dios palpando su relieve.
Pero algo, Urbión, no duerme en tu nevero,
que entre pañales de tu virgen nieve
sin cesar nace y llora el niño Duero.

G.Diego

Nos recreamos en la cumbre mucho más que de costumbre hasta que finalmente decidimos que toca ya abandonar el embelesamiento y tratar de bajar al nacimiento del río.

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Vamos pues a las fuentes del Duero, a ver al padre, y a bautizar a Cecilia, y con ella rebautizamos a Blas, y hasta a un riojano y otro asturiano que andaban por allí. Una vez más se repite la ancestral costumbre de un bautizo laico, mundano, montañero y sanbur, que une de por vida a quien lo goza con estas tierras del Urbión y con estas aguas del Duero, y por extensión con la Soria toda.

A la bajada, otro pequeño percance anecdótico, quizá debido al hecho de ser 13 los componentes de la peregrinación de hoy, pues la cabeza del grupo tira con tanta decisión que se rompe el grupo en dos, casi inicialmente. Y posteriormente el grupillo de cabeza se separa a su vez en otros dos grupúsculos, que afortunadamente alcanzan el bunker casi a la vez, y aprovechan para ir comadreando juntos hasta la Fuente del Berro, incluso filosofando sobre las líneas geométricas más adecuadas en esto de los paseos de montaña.

Final feliz pues en el autobús que nos estaba esperando en la Fuente en la que algunos aprovechan para acicalarse antes de llegar al restaurante Torreblanca de Duruelo, donde, una vez más, nos tratan a cuerpo de rey, primero con las cervezas reparadoras y a continuación las pochas con almejas y las carrilleras del Torreblanca, que merecen mención aparte.

Para la ocasión, nuestro secretario se nos ha puesto una camiseta que reza que el vino salvará el mundo, de la que nos ha prometido ejemplar en la próxima tacada. También luce un In vino veritas, recordando a Plinio el Viejo pero olvidando a propósito la segunda parte de la sentencia: in aqua sanitas. Así que así sea y que el vino nos salve.

Tras la comida José Luis cambia hoy el mus por el guiñote soriano mientras el resto se emplean en los villancicos típicos de la época, en otra jornada digna de enmarcar en nuestra memoria.

Confiemos que el espíritu navideño impregne las almas y las conciencias de todos los sanbures, para encarar con alegría e ilusión las nuevas aventuras de 2019.

Que así sea. Féliz Navidad a todos!

Eduardo Bas.
23Dic2018