Pasear con SanBur quiero,
por la senda del Ucero,
Toca hoy recorrer el Ucero, ese río provincial que no se sabe a ciencia cierta si nace en la “Fuente de la Galiana”, o si por el contrario resulta que “La Galiana” roba allí el nombre al río Lobos; ese otro río burgalés que deja en Soria un espectacular cañón, al final del cual decide desaparecer para dar protagonismo al Ucero. Son cosas de las aguas, a veces subterráneas, y que con los manaderos, fuentes, acuíferos, infiltraciones y veneros, consiguen despistarnos, hasta que con los nenúfares del manantial decidimos llamarle definitivamente Ucero.
Hoy andamos en la lindes de nuestros vecinos del norte, los de Burgos, quienes nos dieron allá por finales del siglo XIX, unos cuantos de los kilómetros cuadrados que los sorianos habíamos perdido por el sur.
Quizá convenga recordar que Javier de Burgos, quien por cierto era de Granada, fue el Secretario de Estado de Fomento que estableció, en el año de 1.833, la división territorial por provincias (incluso regiones, países o nacionalidades que diríamos ahora) que, casi sin alteración, seguimos conociendo hoy en día –todavía-.
Así que no es de extrañar, que en Quintanar de la Sierra, lugar donde mi familia ha decidido celebrar este año las festividades del Nacimiento del Sol Invicto, esa festividad romana y pagana que conmemoraba el final del solsticio de invierno, y de la que los cristianos se apropiaron llamándola Navidad; incluso inventándose para ello la fecha del nacimiento de Jesucristo; no es de extrañar, decía, encontrarse con el apellido Ucero como uno de los habituales entre los habitantes de Quintanar.
Sea como fuere, y al margen de los avatares administrativos y religiosos, nos encontraremos en tierras de un cierto hechizo provocado por la propia geografía templaria, con su defendida equidistancia de los cabos de Creus y Finisterre, por el propio río Ucero y los intereses esotéricos y telúricos que despiertan estos parajes, de belleza indiscutible.
Así que tratemos de disfrutarlos, e imaginemos a los celtíberos de Uxama en sus disquisiciones e invenciones para procurarse las valiosas aguas del Ucero, incluso posteriormente a los romanos con su tecnología, materializada en acueductos y cisternas que desde la Cueva de la Zorra atravesaban los 20 kilómetros que separan La Galiana de Uxama, antes de que los cristianos, con el francés san Pedro de Osma, ocupase, por orden de Alfonso VI estas tierras reconquistadas en los siglos XI ó XII.
Vamos pues al asentamiento arévaco de Uxama Argaela, la ciudad celtíbero romana, en la calzada que unía Zaragoza con Astorga, unida también a esa maravilla provincial que es Tiermes. Allí en el Hotel Río Ucero comenzamos la jornada.
Sirva también para que recordemos a Quinto Sertorio, de humilde familia republicana, defensor de la guerra social, y que, junto con Tiermes, Clunia y Calagurris se viese obligado a ceder Uxama al rico y noble Cneo Pompeyo, el grande, quien con dicha victoria en el 72 aC dejó estas tierras en las manos de los conservadores que todavía representan lo más conservador de esta conservadora Hispania.
En la estación de autobuses de San Esteban, a pesar de que el día amanece gris, encapotado y oscuro, nos congregamos 25 caminantes dispuestos a encarar a los Santos Inocentes, esa otra celebración cristiana de dudosa asignación al 28 de diciembre, y que pretende conmemorar la matanza de todos los niños menores de dos años ordenada por Herodes para intentar deshacerse así de Jesús de Nazaret.
Enseguida llegamos al Hotel Río Ucero, punto de encuentro con los sanbures de El Burgo. Solamente ha hecho presencia el puntual Evaristo, y el resto van apareciendo tan poco a poco que nos animan a emprender la jornada sin ellos. Comenzamos siguiendo el curso del Ucero, aguas arriba, por el camino recientemente inaugurado por las autoridades locales. Mientras, los cielos escupen una llovizna constante, machacona e inmisericorde que acabará calándonos por completo.
Pero nuestra decisión es firme y nuestra intención irrevocable, así que, tras pasar por debajo de la autovía o circunvalación de El Burgo, seguimos por la margen derecha del Ucero hasta llegar a la altura de Barcebalejo, momento en el cual atravesamos el río para continuar, esta vez por la izquierda hasta alcanzar las tierras de Valdelubiel, donde cambiando otra vez de mano, volvemos a la margen derecha del río.
Allí, en un tramo donde se estanca el agua del Ucero, contemplamos algunos ejemplares de lentejas de agua. Se diferencian de los berros, en que éstos requieren agua en movimiento, y en cualquier caso nos avisan de la calidad del agua en la que aparecen.
En éstas seguimos bajo el ensañamiento de los meones dioses de hoy, hasta que por fin, entramos en Sotos del Burgo. Buscamos el bar por si estuviese abierto; y para alegría de todos, allí esta Marimar, fregona en mano, dispuesta a recibirnos y alojarnos a cubierto y así poder dar cuenta del almuerzo que cada uno ha echado al macuto.
Para compensar el desabrido día que nos acompaña, y mientras esperamos a la docena de sanbures de El Burgo, que han atrochado para alcanzarnos en este punto de avituallamiento, Marimar nos va procurando cervezas, vinos, y hasta cafés y carajillos.
El día no está para deleites reposados, pero hay que retomar la marcha, tras el tentempié. Continuamos hacia Valdelinares. El paseo, fácil, se hace un tanto cansino por el plúmbeo e incesante goteo, aunque ayuda la distendida charla de cómo han talado a matarrasa los chopos de la vega del Ucero; y nos consolamos pensando que la caminata en verano, sin una sombra, puede ser incluso peor que la de hoy.
Llegamos a la altura de Valdemaluque, que dejamos a la derecha, para proseguir hasta las afueras de Valdelinares, donde Jesús comenta que hay una casa rural de éxito. Sin entrar adentrarse en el pueblo nos dirigimos, por fin, a la estrella de la jornada: la Cueva de la Zorra. En la entrada de Ucero, en el camino que va a Nafría de Ucero, y que con algo más de 100 metros excavados en la roca constituyen el tramo más hermoso que se conserva del acueducto, que en época romana, llevó las aguas del Ucero a Uxama.
Allí, nos hacemos la foto de familia, y atravesamos en procesión dos mil años de historia con las antagónicas linternas de los móviles actuales, y que contrastan con los dos respiraderos verticales que nos encontramos a su paso. Experiencia única por infrecuente, pues a sabiendas de la existencia de este acueducto, muchos de los sanbures nunca la habían visitado.
Y con estas remembranzas romanas, que nos hacen considerar lo poco que hemos avanzado en los últimos dos mil años, logramos el objetivo de la jornada: el bonito pueblo de Ucero al que llegamos con una hora de antelación, que algunos emplean en subir hasta el Castillo, otros en cambiarse la ropa mojada, y los más en dar cuenta de las merecidas cervezas de fin de etapa.
La comida en el Balcón de Ucero, abundante y generosa, acabó, a pesar del vino de La Mancha que nos sirvieron, y como no podía ser de otro modo, con cánticos navideños y no navideños que eclipsaron el local y al resto de comensales. ¡¡Templando y compensando el inhóspito día!!
Para entonces, ahora sí, había dejado completamente de lloviznar e incluso el sol de la atardecida nos escoltó durante el viaje de vuelta en el autobús, mientras hacíamos planes para las nuevas aventuras sanbures del nuevo 2018.
Eduardo Bas
28Dic2017