Viaje con nosotros si quiere gozar...
… y disfrute de todo al pasar...
(Orquesta Mondragón)
Estos desórdenes de los de SanBur que nos llevan a caminar por el alfoz, hacen que viajemos hoy a la parte occidental de la provincia, a esas tierras sorianas lindantes con segovianos y burgaleses; y más concretamente a su parte sur, justo encima de Ayllón y Maderuelo. Por cierto, preciosos pueblos vecinos, dignos de visita aparte.
Iremos pues, a una zona generalmente desconocida, entre Langa de Duero y San Esteban de Gormaz, en la que partiendo de Castillejo de Robledo, con un centenar de habitantes censados, pretendemos llegar a Miño de San Esteban. Y lo haremos, abandonando esta vez a la izquierda de nuestra ruta Valdanzo, con su otra cincuentena de aborígenes, y pasando por Valdanzuelo y Cenegro, prácticamente despoblados, para dejando a la derecha a los 41 oriundos de Fuentecambrón llegar a Miño donde habitan otros 53 autóctonos. Lástima que nuestro amigo Javier Martin Olmos, el de las Tierras del Cid, nos confirme que la realidad es que de continuo no llegan a vivir más de un 40% de esas cifras!!
Pretendemos un doble objetivo; por un lado, recordar la ruta que hiciera Félez Muñoz con sus primas malheridas, violadas, ultrajadas y maltratadas, desde Castillejo de Robledo hasta San Esteban de Gormaz, pasando por la Torre de Doña Urraca, en la que estuvimos allá por mayo, el pasado San Gregorio; y por otro lado, reivindicar estas tierras que pisaremos a propósito de La Mostaza, un fenómeno de esta zona, principalmente del valle que une Cenegro con Valdanzo, poco conocido, por el que el agua surge del subsuelo de forma natural, por los manaderos o agujeros espontáneos, en las épocas en las que se ha conseguido almacenar lo suficiente, generalmente en primavera, para desaparecer después.
...con nosotros viaja el sueño y la novedad
la alegría, la sorpresa y el carnaval...
Antes de empezar en Castillejo dejadme viajar hasta El cantar del Mío Cid:
A la izquierda dejan Griza, que Álamos pobló
allí están los subterráneos donde a Elfa encerró,
a la derecha dejan San Esteban, que queda más remoto.
Los infantes han entrado en el robledo de Corpes,
el arbolado es muy alto, las ramas suben a las nubes,
los animales salvajes andan alrededor.
Hallaron un vergel con una limpia fuente...
Ahí es nada esos dos primeros versos!. Así, casi sin empezar, aparece la magia con mayúsculas: Griza o Agriza, Álamos, Elfa o Elpha… que hace correr la imaginación...
... a Agriza o Griza se le identifica con Tiermes o Termancia, cuyos túneles o subterráneos son ampliamente conocidos… Álamos, álamo, árbol que estaba consagrado a Hércules… Elfa, una lamia o ninfa con pies de pato?.... Veamos lo que nos dice internet de la leyenda de la Soria mágica:
Marchando por el monte con su rebaño, un pastor sorprendió cierta lamia, la cual acicalaba sus cabellos con peine de oro, junto a una fuente, en la entrada de su cueva. Aquella lamia era tan hermosa, que el mozo quedó prendado. Sin pensarlo dos veces la requirió de amores, y aunque ella se hacía de rogar no se desanimó. Cada vez que pasaba por la cueva, volvía a proponerle matrimonio. Ante tanta insistencia, la lamia, consintió aceptarlo por esposo, pero tan sólo si el mozo conseguía averiguar, a la primera, cuantos años tenía ella.
El pastor regresó a la majada, muy abatido, pues encontraba imposible solucionar tal enigma. Cuando sus compadres lo vieron tan cabizbajo, le aconsejaron consultar a cierta vecina del cercano Barahona, afamada de bruja. Porque aquella era una boda ventajosa, ya que la lamia custodiaba un fabuloso tesoro, entre otras cosas un cordero de oro, y una gallina de lo mismo con sus polluelos. Ni corto ni perezoso, se confió el mozo con la de Barahona, quien a cambio de siete ovejas rollizas se ofreció para resolver el caso.
A los tres días se encaminó la bruja para la cueva, se colocó en su entrada, levantó sus sayas y retorció el cuerpo con tal arte que asomaba la cara entre las nalgas, al tiempo que enseñaba su sexo desnudo. Así puesta, llamó con voces estridentes, acudió la lamia al escándalo y, estremecida de asombro por lo que veía, exclamó:
-¡Qué horror! En mis ciento veinte años, nunca he visto algo tan espantoso.
La bruja, salió volando para entregar al pastor la solución del enigma y cobrar su paga. Al enamorado mozo le faltó tiempo para presentarse en la cueva, al día siguiente, y responder el enigma de la lamia:
-Puedo decirle que, ni más ni menos, acaba de cumplir ciento veinte años cabales. Al encanto no le quedó más remedio que cumplir su promesa, aunque puso la condición de que él jamás debería mirarle los pies. Fue el pastor a pedir el consentimiento de los padres, más al saber su abuela la noticia, le advirtió que, sin hacer caso de condiciones, procurase averiguar cómo eran aquellos pies que su amada lamia pretendía ocultarle.
Acudió el mozo a la cueva, regularmente, como si fuese de cortejo y, al cabo de varias visitas, pudo espiar de reojo los pies de la dama. ¡Eran igualitos que patas de ocas! Pero, puso tal cara de asombro, que la lamia se dio cuenta. Una vez descubierto su secreto, ella desapareció por ensalmo, junto con la cueva y solo dejó la fuente. El pastor quedó tan triste, por sus burlados amores, que enfermó de melancolía y a las pocas semanas murió sentado al borde de la fuente, sin dejar de soñar con su amada lamia”.
Volvamos al Cantar porque hay que recordar que entre Atienza y Hiendelaencina existe una población llamada Robledo de Corpes, y que en algunas interpretaciones de Poema, se asocia a este pasaje del cantar, pues dispone de un Robledal cercano, el de La Lanzada. Pero, sea como fuere y triunfe la versión toponímica o la geográfica, más probable y favorable a la versión de hoy y a nuestras querencias, habría que acercarse a la gruta santuario de la Virgen del Monte para imaginarse a las infantas como en el cuadro de Ignacio Pinazo.
Vayamos ya a Castillejo y empecemos la jornada. En el autobús que nos acerca, nos acordamos del paisano de las quintanarrubias, Guillermo García Pérez, quien ha estudiado el Poema y el Camino del Cid con tanta intensidad y pasión que la lectura de sus libros es obligada, y más para los habitantes de estas tierras nuestras.
Enseguida los veinte intrépidos senderistas de hoy alcanzamos Castillejo y con la fresca de la mañana subimos hasta su mirador. La contemplación del paisaje y del pueblo hace que casi perdamos por sus calles a uno de nuestros más conspicuos integrantes, el Barbis, y casi nos perdemos todos (manda bemoles, perderse en Castillejo!) buscando alcanzar su castillo templario y acabamos en un callejón sin salida. A la bajada del castillo y por casualidad nos encontramos con un compañero de nuestro Capitán, Teodomiro Rampérez, quien amablemente nos abre la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, donde podemos observar la policromía de su interior, y para despedirnos observamos ese par de canecillos de los que dijo Gaya Nuño que eran “la escena más erótica que ha esculpido el románico” pues, en efecto, al menos uno de esos dos canecillos no puede ser más explícito.
Agradeciendo a Teo su gentileza, iniciamos, ahora sí, nuestro camino, al que rápidamente acompañan los enebros o sabinas, y al poco una pareja de corzos decide también hacer un tramo de camino vigilando a los de SanBur. Como era previsible, pronto pisamos tierras sorisegovianas en la que buscamos los restos de una ermita, la de Valdeperal, donde proceder al almuerzo que algunos ya empiezan a demandar.
Sin embargo, otra vez más, y ya van… ni lo sé, el camino se corta porque se lo han comido los agricultores. Dice Javier, que por el esfuerzo que les supone subir y bajar la vertedera… ¡no os quiero decir por dónde se les debía pasar a ellos esa vertedera!
En fin estamos en una planicie segoviana y llana, con una vista de la sierra de Ayllón inmensa, grandiosa, y que por sí misma justifica ya el madrugón de hoy.
Como finalmente, y a pesar de no disponer de camino, dimos, como las huestes del Cid, con los restos que buscábamos, hicimos también la parada requerida para recobrar fuerzas: ¿Por qué será que en estas ocasiones estos almuerzos sanbures entran y saben mejor que nunca?
Con el espíritu que deja el cuajo lleno, enfilamos un pequeño vallejo para enseguida llegar a Valdanzuelo, donde nos reciben las aguas, perfectamente canalizadas, de La Mostaza que pretendemos visitar. Y a su paso un par de aborígenes de estas tierras nos agasajan con un porroncejo de vino, de tierra Aranda, que no sólo no despreciamos sino que incluso agradecemos, pues el espectacular día que ha amanecido hoy y que nos acompaña ha ido dejando atrás el relente o biruji de las primeras horas y empieza a calentar hasta dejarnos en manga corta.
Vamos pues a por el propósito de la caminata: La Mostaza. Paraje digno de mayor atención y cuidado, y que nos recibe exultante de agua, con su manadero y sus musgos, donde no es difícil imaginar la Elpha, la lamía, del cantar del Mío Cid, trayendo hasta nuestras mientes la belleza, con mayúsculas, que es necesariamente efímera, como este manantial, que brota tan sólo a veces, cuando por la primavera -que la sangre altera-, confluyen los deseos de vida y despiertan con fuerza los sentidos al amor.
Continuamos con la estampa de La Mostaza, que no se nos borrará en algún tiempo, grabada en la cabeza mientras deliberamos la conveniencia o no de publicitar y difundir existencia de este lugar mágico, poco o nada conocido en cuanto salimos del ámbito comarcal.
En estas andábamos, cuando se decide cambiar los planes iniciales de ir a Cenegro para atrochar hacia Miño, cruzando un barranco al que subimos por entre encinas, y desde el que al coronar nos encontramos con unas sensacionales vistas; tanto es así que tras la segunda subida hasta la cota de los casi 1.100 metros, yo que he argumentado muchas veces, y en muchos y distintos foros provinciales, que el Moncayo no lo es tanto en el occidente provincial, tendré a partir de ahora que envainar estos razonamientos, pues desde la antena de comunicaciones cercana ya a Miño, pudimos contemplar la imagen nítida de un Moncayo nevado, y el resto de sierras más habituales de Urbión, Cebollera, Hinodejo, y Ayllón, en la que parecía que la nieve disminuía a medida que avanzaba el día.
Y por fín en Miño. Han sido un poco más de 21 kilómetros, subiendo y bajando barrancos, en un día espléndido, en el que nos reciben hospitalariamente sus vecinos.
No hay constancia oficial, pero cuenta la leyenda que cuando Félez Muñoz llevaba a sus primas, Doña Elvira y doña Sol, a protegerlas a Aldea, en la torre de doña Urraca, venían tan desfallecidas por los ultrajes recibidos que no tuvo más remedio que acudir al socorro de las gentes de Miño, quienes con diligencia les prepararon un potaje de alubias y otro poco más de pollo al ajillo, que a la postre fue lo que les salvo la vida.
Gracias Miño por vuestro acogimiento a las gentes del Cid, aunque a veces aparezcan disfrazados de sanbures!!
Eduardo Bas
Abril 2016